Sobre feminismo, violencia de género y violencia contra la pareja (por Carlota Urruela Cortés)

Comenzaré este post refiriéndome a las conclusiones que resume Pablo Malo en un artículo (Ocho razones por las que la violencia de pareja no es violencia de género) publicado en su blog:­­­

“El Patriarcado/Machismo no es ni necesario ni suficiente para explicar la violencia de pareja.”

Estoy de acuerdo en que es insuficiente, pero discrepo de que sea innecesario.

A continuación, aportaré mi opinión sobre algunos de los puntos que destaca Pablo esperando contribuir con otras ideas y perspectivas a este debate.

TEORÍA FEMINISTA COMO EXPLICACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA PAREJA

Mencionaré dos aspectos.

Por un lado, la “Teoría Feminista”, como cualquier movimiento social, no es una verdad monolítica, sino que hay distintas corrientes e interpretaciones.

Por otro lado, ese marco teórico hace hincapié en cómo se pueden normalizar actitudes y estereotipos de género que pueden facilitar la violencia contra la mujer. Estas actitudes son consecuencia de una desigualdad y discriminación estructural (patriarcado) en distintos ámbitos de la vida: económico, social, etc.

Es importante evitar considerar ese enfoque como una explicación absoluta de la violencia contra la pareja. Constituye uno de los problemas que pueden subyacer a los casos de violencia contra las mujeres. En este sentido, como teoría o movimiento que analiza problemas culturales y sociales, tiene su lugar en el ámbito de la prevención primaria o en relación a los factores sociales de riesgo.

Siguiendo a Caplan (1980) y la (OMS, 2010), hay tres grupos de intervención para la prevención:

1.- La prevención primaria: el problema en cuestión aún no ha aparecido, pero se trata de evitar su aparición. El grupo poblacional al que va dirigido es amplio (por ejemplo, toda la sociedad, jóvenes…).

2.- La prevención secundaria: el problema existe y la prevención va encaminada a reducir la prevalencia, encontrando medidas adecuadas para impedir la progresión del problema.

3.- La prevención terciaria: el problema existe y las medidas preventivas se centran en el tratamiento y la rehabilitación.

Igualmente, y como menciona Pablo, el modelo ecológico (Dahlberg & Krug, 2002; OMS, 2010) de prevención de violencia contra la mujer y violencia en la pareja, indica que existen factores de riesgo individuales, de la relación, comunitarios y sociales. Debe atenderse a todos para prevenir este tipo de violencia. La figura 1 (OMS, 2010) muestra esos factores de riesgo para el caso de la violencia contra la pareja. Los roles tradicionales de género, o normas sociales que perpetúan esta violencia, corresponden a los factores de riesgo sociales.

Algunos datos ilustran esas diferencias de género estructurales. De acuerdo con Naciones Unidas:

-. Unos 650 millones de mujeres fueron casadas antes de cumplir los 18 años.

-. Al menos 200 millones de mujeres han sufrido mutilación genital.

-. 15 millones de chicas adolescentes han reportado haber sido forzadas sexualmente.

-. Un 39% de mujeres han sufrido acoso sexual en el ámbito laboral en los últimos cinco años.

-. El 72% de las víctimas de tráfico de personas son mujeres o niñas.

Además, en la Unión Europea en 2017:

-. Las mujeres ganan un 16% menos que los hombres por hora de trabajo.

-. La brecha salarial ocurre en todos los sectores económicos.

-. Menos del 6.9% de los directivos ejecutivos de las principales empresas son mujeres.

-. Las mujeres reciben una pensión un 35.7% inferior a la de los hombres.

-. La tasa de empleo promedio para las madres de 20 a 49 años con un hijo pequeño es del 65,4% en comparación con el 91,5% de los padres.

Aunque esos números son estremecedores, también es importante recordar que las conductas machistas no tienen por qué ser obvias o de expresión de odio o violencia explícita hacia las mujeres. Un ejemplo es la afirmación que nombra Pablo acerca de la aceptación de la violencia contra las mujeres en la sociedad, citando un estudio de Felson:

“Lo que en realidad existe es una norma de protección de las mujeres, una especie de código de caballería que favorece la protección y que castiga y condena la violencia de los hombres contra las mujeres.”

Si algo demuestra esta frase es que, socialmente, se ve a las mujeres como vulnerables y necesitadas de protección, en vez de como iguales, prácticamente infantilizándolas. Esa idea de vulnerabilidad de la mujer puede llevar a algunos hombres a protegerlas, pero a otros a abusarlas, como ocurre con otros grupos percibidos como vulnerables o inferiores (niños, minorías…).

Ahí va una anécdota profesional. En los últimos años tuve la oportunidad de entrevistar y evaluar personas condenadas por homicidio o asesinato en instituciones penitenciarias de España. Entre ellas me encontré a feminicidas. Un factor común a esas entrevistas es que se arrepienten de su crimen. También hacen hincapié en lo “poco hombres” que son por lo que han hecho, que ellos antes de cometer el crimen “siempre habían protegido a las mujeres”. Muchos lo cuentan con lágrimas en los ojos. No obstante, mataron a sus parejas mujeres, y algunos – no todos—les habían dado palizas antes de llegar a ese extremo.

Mi evaluación de esos internos no puede generalizarse sin más, pero sirve para subrayar que considerarse una persona “no machista” o “protectora de mujeres”, y rechazar cognitivamente la violencia contra ellas, no implica, ni mucho menos, que no se puedan manifestar conductas contradictorias. El fenómeno es sobradamente conocido en psicología (disonancia cognitiva) y es facilmente identificable ante fenómenos altamente deseables socialmente.

En resumen, la teoría feminista como razón de la violencia de género (y en concreto, de la violencia contra la pareja) no puede ser la única explicación y no pueden aplicarse sus premisas a todos los ámbitos de la prevención, pero sí se puede apreciar su valor a la hora de diseñar planes de prevención primaria dirigidos a la sociedad en general.

En nuestro país, el legislador no se limita al ámbito de la prevención primaria o a argumentar que «todo es machismo”. En lo que se refiere a la prevención secundaria y terciaria, o los factores individuales y de la relación, la Ley da lugar a un sistema de protección y seguimiento de casos de violencia contra la pareja llamado VioGén y a sus herramientas de valoración del riesgo (VPR y VPER) que atienden, precisamente, a estos factores de riesgo y protección individuales y en la relación. Más detalles sobre el sistema y sus herramientas: aquí, aquí o aquí.

LAS MUJERES TAMBIÉN PERPETRAN LA MISMA (O MÁS) VIOLENCIA DE PAREJA

Una característica común de los estudios citados por Pablo es que se basan en auto informes (por ejemplo: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7). Prácticamente todos emplean, en concreto, la Conflict Tactics Scale (CTS) o su versión revisada (CTS-2).

Pero una variedad de estudios pone en duda la validez de esa herramienta. Por ejemplo, se observa que la estructura factorial y las propiedades psicométricas varían según el género o la población de validación. Por tanto, se requiere cautela para evitar extrapolar conclusiones cuando se aplica la escala a distintas muestras (Loinaz, Echeburúa, Ortiz-Tallo & Amor, 2012; Chapman & Gillespie, 2018). También se ha señalado que (a) el formato usado para formular las preguntas es demasiado complejo para quien contesta cuando las agresiones ocurren regularmente y (b) ­­las preguntas ignoran el contexto de la agresión y sus consecuencias (Murray, 1987; Jackson, 2007).

Esas limitaciones convierten en problemáticos los estudios que administran esa herramienta para obtener evidencia. Por ejemplo, un estudio (Ackerman, 2017) mostró que, al contestar a la CTS, los varones son más propensos a denunciar las victimizaciones a las que son sometidos por sus parejas femeninas, a la vez que las mujeres son más propensas a denunciar las perpetraciones contra sus parejas masculinas. Otra investigación (Lehrner & Allen, 2014) mostró que, en muestras de mujeres jóvenes no clínicas, la CTS categoriza incorrectamente hasta un 58% de los casos y actos violentos.

Por otro lado, como menciona Pablo y expone la OMS, existen distintos tipos de violencia en el seno de la pareja, más allá de la violencia física y psicológica que dominan los estudios. Sería interesante disponer de datos conductuales sobre la violencia sexual y económica perpetrada por mujeres hacia sus parejas hombres.

No quisiera restarles importancia a estos estudios, que contribuyen a iluminar este fenómeno complejo y que forman parte de la necesaria revisión científica de dogmas. Pero, desde mi punto de vista, el Feminismo no niega la capacidad violenta de las mujeres. Siendo cierto que estos estudios contribuyen al análisis de la violencia contra la pareja, son abiertamente insuficientes para contradecir otros datos, recogidos durante décadas por distintas autoridades nacionales e internacionales, que se exponen en el siguiente apartado.  

Por otra parte, la pregunta de quién comete más violencia, enfocada en la peligrosidad del agresor (o agresora), resulta limitada. Si se hace un análisis global de este fenómeno, entonces se debe valorar también la vulnerabilidad de la víctima y el contexto específico de lo que se denomina valoración del riesgo (Andrés-Pueyo y Echeburúa, 2010). Por ejemplo, si una mujer depende económicamente de su pareja porque es ama de casa:

¿Qué posibilidades tiene de salir de una relación que supone una amenaza para su integridad física?

¿Qué ocurre si la víctima es una mujer mayor de 55 años que, además, puede esperar una brecha salarial en España de casi un 23%?

¿Cuál es el contexto y cuáles son las consecuencias?

Debido a las desigualdades estructurales ya mencionadas, en promedio las mujeres cuentan con menos factores de protección, lo que dificulta escapar de esa situación y evitar que el problema deje de repetirse.

También quisiera recordar que el Código Penal español recoge el delito de lesiones (Título III, Artículo 147), el cual establece que cualquier persona que cause lesión que menoscabe la integridad corporal o su salud física o mental de otro, será castigado. Es decir, cualquier persona que agreda a otra, puede ser investigada y juzgada por ello, independientemente de si son mujeres u hombres y de sus víctimas.

Es precisamente el contexto el factor que hace necesario un paraguas legislativo para acotar ciertos tipos de violencia con mayor incidencia o impacto social, de modo que se puedan gestionar mejor los recursos y elaborar planes coordinados de prevención, protección y asistencia a las víctimas. Merece la pena mencionar que esto no ocurre únicamente en el caso de la violencia de género, sino también en el de otros fenómenos criminales como el terrorismo o los delitos de odio.

UNA COSA MUY RARA NO SE PUEDE EXPLICAR CON UNA COSA MUY FRECUENTE

Por último, quisiera comentar la afirmación de que este tipo de violencia ocurre poco, su frecuencia es baja. De acuerdo con Naciones Unidas (2017 y 2019):

-. A nivel mundial, el 35% de las mujeres han sido víctimas de las distintas violencias de género. Es más:

-. La mayor parte de esta violencia ocurre en la pareja, con un 30% de mujeres que han sufrido alguna forma de abuso por parte de su pareja.

-. En algunos países hasta un 70% de mujeres han experimentado violencia por parte de su pareja o expareja.

-. A nivel mundial, el 38% de los asesinatos de mujeres son cometidos por su pareja hombre. 

-. Mientras que las mujeres suponen sólo un 19% de las víctimas de homicidios/asesinatos totales a nivel mundial, en los casos de homicidio dentro de la pareja suponen el 82% de las víctimas.

Añado algunos datos de la situación en España, que es un país con una incidencia muy baja en este tipo de crimen:

-. En España, entre 2010 y 2012, el 13,5% del total de los homicidios fueron cometidos por la pareja de la víctima, y la proporción de víctimas mortales mujeres es seis veces mayor que para los hombres (Ministerio del Interior, 2018).

-. Cuando los hombres matan a mujeres, la mitad (54,3%) son o fueron sus parejas (Ministerio del Interior, 2018).

-. En España a 30/9/2020 existían 64.205 casos activos de violencia de género. El número de víctimas registradas ascendía a 546.758 (Ministerio del Interior, 2020).

-. De estos casos activos, en 22.907 casos las víctimas tenían a su cargo menores.

-. De estos menores, 4.861 se consideran en situación de vulnerabilidad y 444 en situación de riesgo (Ministerio del Interior, 2020).

No puede considerarse “raro” este porcentaje de mujeres que sufren un tipo de violencia o que son asesinadas a manos de sus parejas masculinas. Y mientras debiera ser una excepción, es preocupante que estos crímenes tengan esta prevalencia en nuestro país y a nivel mundial.

Estos datos muestran que la violencia contra las mujeres, en concreto en el seno de la pareja, es una lacra social y un flagrante atentado contra los derechos humanos de las mujeres.

CONCLUSIONES

La conducta humana es compleja.

La violencia contra la pareja resulta de la interacción de varios factores y ninguno, por si solo, puede explicar por qué algunas personas corren un mayor o menor riesgo de ser víctimas o agresores.

La teoría feminista no contradice esa complejidad: su enfoque tiene sentido en el contexto de factores de riesgos sociales/comunitarios, así como en la prevención primaria.

Por supuesto, hay que tener en consideración los factores individuales de riesgo. La ley española y el Feminismo son consecuentes con ese hecho, pero hay que recordar que esos factores corresponden a los planes de prevención secundaria y terciaria.

El contexto social patriarcal limita los factores de protección de las víctimas mujeres, atendiendo a la valoración de riesgo, y no sólo de peligrosidad de quien comete la agresión.

Se trata de un fenómeno con una incidencia relativamente baja a nivel poblacional. No obstante, los casos son suficientes para convertirse en objeto de legislación, al igual que se legisla sobre los demás crímenes (asesinatos, lesiones…) que también ocurren con una relativamente baja frecuencia. Debido al contexto y vulnerabilidad de las víctimas, una legislación específica con perspectiva de género es necesaria.

No considero que la evidencia policial y conductual sea suficiente para concluir que las mujeres cometen igual, o incluso más, violencia contra sus parejas masculinas. Muchos de los estudios publicados que concluyen que eso es así, obtienen la evidencia a partir de auto-informes de dudosa validez.

Coincido con Pablo en que son necesarios más estudios y, sobre todo, mejorar el registro de datos reales sobre parejas homosexuales y sobre las dinámicas de violencia en el seno de estas parejas.

Por último, abogo porque se evite considerar el enfoque de género, o la teoría feminista, como un movimiento rígido que pretende “explicarlo todo” de forma simplista. Considero que esa lectura obedece a una interpretación errónea.

Negar el patriarcado/machismo como un factor de riesgo en la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas masculinas, sería igual de osado que negar el alcoholismo o la pobreza como factores de riesgo en el mismo fenómeno.

La teoría es insuficiente, pero también necesaria.

5 respuestas a “Sobre feminismo, violencia de género y violencia contra la pareja (por Carlota Urruela Cortés)

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  1. Vergonzoso trabajo profesor, aún teniendo un análisis del estudio dunedin que sufrió la censura por parte de feministas dice que es todo culpa de un patriarcado?? Como algo que no existe va a hacer daño?? De verdad se me ha caído profesor una pena

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  2. Carlota, te felicito por tu brillante argumentación. Mi impresión desde la práctica profesional es que las ideas negativas de género alimentan la violencia de una parte de hombres violentos con sus parejas, y esa violencia adopta múltiples formas que afectan a la vida social, económica y sexual de sus víctimas. También considero que en otros casos las creencias de género pesan menos, y la violencia responde más a cuestiones individuales (personalidad) o de otro tipo como el abuso de sustancias. Es papel de los profesionales no generalizar el uso de los prejuicios de género como factor explicativo e individualizar las explicaciones de cada caso. Lo cierto es que cuando el factor género está presente y se mezcla con personalidades obsesivas o inestables, el resultado es demoledor para las víctimas.

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  3. Me parece un buen trabajo, que aporta ideas para seguir entendiendo un problema que es grave y que merece nuestra atención. Es grave y es complejo también. Convertir el patriarcado en un mantra que todo lo explica es tan absurdo como negar que dominas prácticas sociales que pueden ser definidas como patriarcales, es decir prácticas en las que los hombres gozan de una situación de poder sobre las mujeres.
    Por otra parte, viene bien comparar los datos que aporta este interesante artículo con los que daba el propio Roberto comentando el informe Dunedin: https://robertocolom.wordpress.com/2017/10/06/violencia-en-la-pareja-resultados-derivados-del-estudio-dunedin/

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  4. «Negar el patriarcado/machismo como un factor de riesgo en la violencia contra las mujeres por parte de sus parejas masculinas, sería igual de osado que negar el alcoholismo o la pobreza como factores de riesgo en el mismo fenómeno.»

    En occidente el «patriarcado» es una mistificación que pretende convertir una tendencia mayor al uso de la violencia por parte de los hombres y su clara ventaja competitiva en este aspecto sobre las mujeres para montar una causa general contra los varones y, yendo a lo concreto, un vector electoral y un sistema compensatorio y subvencionador para la pandi. En realidad, esta mandanga no tendría el menor predicamento si no hubiese sido tan conveniente para la izquierda, que vista su incapacidad para ir de verdad contra el «capitalismo» ha encontrado en el «patriarcado» un hombre de paja mucho más accesible. En sociedades más atrasadas o con menos libertades no niego que el patriarcado sea una de las capas de control social bajo el paraguas de la religión, pero curiosamente las feministas, bien imbuidas del pack de relativismo moral que les endilgaron en la facultad, se cuidan muy mucho de criticarlo.

    El asesinato en el ámbito familiar es algo profundamente personal. En casos puntuales no niego que pueda ser una respuesta cultural, el «la maté porque era mía», pero en el resto son la propia persona, su situación emocional, social y sobre todo económica los que aprietan el gatillo. ¿Para cuando estudios que crucen datos de ingresos económicos y violencia en el ámbito familiar? ¿o que comparen violencia en parejas homosexuales y heterosexuales? ¿antecedentes penales y violencia de género? Nunca, no interesa porque se les caería el chiringuito.

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  5. LAS DIFERENCIAS ESTADÍSTICAS QUE NOS CONVIENE RECORDAR Y LAS QUE OLVIDAMOS ALEGREMENTE

    Cuando se hace un listado exhaustivo de las desventajas estadísticas de las mujeres, parece que sería justo colocar al lado otro listado igual de exhaustivo de las desventajas estadísticas de los varones: su esperanza de vida es bastante menor que la de las mujeres, su porcentaje de suicidios es muchísimo más elevado, la inmensa mayoría de las personas en prisión son de sexo masculino, más del 90% de las víctimas de accidentes laborales son hombres, la mayor parte de los estados del mundo tienen un servicio militar obligatorio «sólo para varones», el fracaso escolar de los varoncitos duplica al de las niñas, la gran mayoría de los «sin techo» son hombres… Es muy curioso observar que casi todos estos items han sido considerado como una demostración de la discriminación que sufren los negros en Estados Unidos (tienen menor esperanza de vida, tienen porcentajes muchísimo más altos de fracaso escolar, el porcentaje de negros encarcelados es muy superior al de blancos, etc), pero cuando estas mismas diferencias se presentan al comparar varones/mujeres, entonces se argumenta que los culpables de estas desventajas son los propios hombres (por machistas, irresponsables, etc).

    LA VIDA DE LOS VARONES COMO ALGO MENOS VALIOSO QUE LA VIDA DE LAS MUJERES

    Es un hecho que los hombres cometen asesinatos en mayor proporción que las mujeres, pero también es un hecho que los hombres son víctimas de asesinato en una proporción mucho mayor que las mujeres: ¿De verdad que lo que le importa a una persona asesinada es el sexo de quien la asesine, y no el hecho mismo de ser asesinada? ¿Por qué las mujeres necesitan mayor protección que los hombres en el derecho penal, si son los hombres y no las mujeres los que sufren la gran mayoría de los asesinatos y actos de violencia grave? Lo que está debajo de este racionamiento no es más que la convicción de que la vida de un hombre es algo mucho menos valioso que la vida de una mujer (una convicción, por lo demás, que es la que ha justificado durante milenios y sigue justificando hoy en día el hecho de que el servicio militar sea «sólo para varones» y de que, en caso de guerra, sean los varones los que tengan que ir a morir y a matar). Manuela Carmena, magistrada jubilada, siendo alcaldesa de Madrid expresó con toda claridad esta concepción de que la vida masculina es algo mucho menos valioso que la femenina. He aquí las palabras literales de la magistrada y alcaldesa feminista:

    «En el año 2017, afortunadamente, en Madrid no hubo más que 16 homicidios: eso es absolutamente ejemplar. Pero hay algo que me preocupa mucho, y me preocupa muchísimo por un tema que es esencial, de esos 16 homicidios nada menos que cinco fueron mujeres, y eso es terrible. Madrid es –y a mucha honra– una ciudad muy segura, lo que no es segura es para la vida de las mujeres»

    No se puede decir más claro: para los hombres Madrid es una ciudad segurísima, porque sólo once fueron asesinados, pero esa misma ciudad es insegurísima para las mujeres, porque fueron asesinadas cinco.

    DERECHOS PENALES SEGÚN LA ESTADÍSTICA DE GRUPOS

    Supongamos que, en efecto, los hombres estadísticamente agreden más a las mujeres que las mujeres a los hombres. Si esto justifica un derecho penal distinto, y unos tribunales diferentes según cuál sea el sexo (¿o el género?) de quien acusa y quien recibe la acusación, entonces habrá que admitir que otro tanto habrá que hacer cuando la estadística señale que determinado grupo comete más delitos que otro. Sería justo, por tanto, que si los negros cometen más delitos que los blancos, o si los pobres cometen más delitos que los ricos, o si los gitanos cometen más delitos que los payos (todo esto, subrayémoslo, desde un punto de vista estadístico), se cree un derecho penal y unos tribunales diferentes para blancos y negros, para pobres y ricos, para gitanos y payos. Solo mencionar esto, cualquiera puede ver a quilómetros que semejantes propuestas sólo se podrían justificar desde una perspectiva brutalmente racista y clasista. Porque cada individuo merece ser juzgado por lo que él ha hecho, y no por lo que estadísticamente pueda hacer un grupo al que (voluntaria o involuntariamente) pertenece. Crear un derecho penal y unos tribunales diferentes según el sexo, por tanto, sólo puede hacerse desde un acendrado sexismo. Pero, en fin, al menos seamos coherentes: si se demuestra que las mujeres envenenan a los hombres en mayor proporción que los hombres a las mujeres, o si las madres matan a los bebés en una proporción mucho mayor que los padres, entonces deberíamos considerar justo que las penas para las mujeres fueran mayores, y que tales casos fueran atendidos por juzgados diferentes que cuando los acusados sean varones.

    EL MÉTODO DE ENCUESTAS QUE SÓLO VALE SI LAS ENCUESTADAS SON MUJERES Y SÓLO EN CUANTO VÍCTIMAS

    No deja de ser gracioso que las estadísticas sobre violencia en la pareja basadas en encuestas se consideren una magnífica demostración de la existencia de la violencia de género, siempre y cuando dichas encuestas pregunten exclusivamente a mujeres y les pregunten exclusivamente por la violencia de la que se sienten víctima por parte de sus parejas masculinas. No hace falta ser un genio estadístico para saber de antemano que con semejante tipo de encuesta el único resultado posible es que las mujeres siempre aparecerán como víctimas y los hombres siempre aparecerán como culpables. Así es como se hacen en España las tristemente famosas «macroencuestas», y dichas macroencuestas han sido el principal argumento «científico» sobre el que se ha justificado esa «violencia estructural» («¡En España hay nueve millones de mujeres maltratadas!») con la que se pretende justificar un derecho penal distinto, y hasta tribunales distintos, según el sexo de las partes implicadas. Ahora bien, tan pronto como esas encuestas se hacen tanto a hombres como a mujeres, y además no sólo se les pregunta por aquellos actos de los que se sienten víctimas, sino también de aquellos actos violentos que reconocen haber cometido (para comprobar hasta qué punto encajan o no los datos), entonces tales encuestas empiezan a revelar que los actos violentos dentro de la pareja cometidos por hombres y mujeres no sólo son bastante semejantes, sino que hay indicios de que las mujeres son las que inician las agresiones en una proporción mayor que los hombres… Pero entonces el método de las encuestas (que sí valía cuando sólo se les preguntaba a ellas y sólo como víctimas) resulta que ya no puede ser tomado en consideración, porque «ellos tienden a exagerar la violencia que sufren y ellas tienden a exagerar los actos de violencia que reconocen haber iniciado». Faltaría más: si el método no confirma lo que ya de antemano la «perspectiva de género» había pronosticado, la única explicación es que el método está equivocado.

    SOBRE LOS FEMINISMOS Y LA IGUALDAD

    Es imposible criticar nada que haya hecho el cristianismo y nada que haya hecho el comunismo, porque para todos aquellos sucesos cuyo horror hoy resulta imposible negar, los defensores del cristianismo y los del comunismo siempre argumentarán que hay muchos tipos de cristianismo y de comunismo, que lo suyo, en fin no es «un movimiento rígido»: los horrores siempre se explicarán como consecuencia de «cristianos» o «comunistas» que no eran realmente tales, porque tenían una interpretación errónea de la auténtica doctrina comunista o cristiana.

    Es un hecho que hay muchos «feminismos» (como hay muchos comunismos, muchos cristianismos y muchos fascismos), por lo que cualquier barbaridad que se cometa en nombre del «feminismo», cuando resulte imposible negarla, se justificará, sin más, como una consecuencia de «una interpretación incorrecta del feminismo». En España, desde el 1 de enero de 2009 hasta el 31 de diciembre de 2021 se registraron 1.871.527 denuncias por «violencia de género» Pero la ley de violencia de género lleva vigente desde el 2004, por lo que es fácil calcular que el número de denuncias ya se debe estar acercando a los tres millones. Es fácil estimar, por tanto, que de cada 10 varones adultos que hay en España, al menos uno ha tenido que pasar por comisaria acusado de un delito grave y socialmente muy mal visto, con la consiguiente sensación de humillación e impotencia que ello provoca. Las cifras, además, seguirán creciendo. Tarde o temprano, el resentimiento masculino se volverá intolerable y ese día veremos a las feministas argumentar que «hay muchos feminismo» y que una cosa como la «ley de violencia de género» no ha sido causada por «el auténtico feminismo», sino por alguna interpretación errónea del feminismo.

    Pero en su propia denominación el «feminismo» demuestra que su objetivo jamás ha sido ni será «la igualdad», porque al llamarse «feminismo» proclama en su nombre mismo que la única parte de la realidad que le importa es la femenina, y creer que se puede conseguir «la igualdad» defendiendo exclusivamente los intereses de una parte e ignorando por completo los sufrimientos de la otra es lo mismo que ser juez y parte. Si el «feminismo» buscara la igualdad, jamás se habría llamado «feminismo, sino «igualitarismo», y jamás haría inmensos listados de discriminaciones femininas sin poner al lado listados igualmente exhaustivos de las correspondientes discriminaciones masculinas.

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