La creatividad es la inteligencia divirtiéndose

“Un cazador viaja a África con su perrito foxterrier. El animalillo se extravía al perseguir mariposas por la selva y observa que se aproxima una amenazante y enorme pantera con intención de darse un festín a su costa. Temblando de terror repara en que hay un montón de huesos de un animal muerto a sus pies y comienza a mordisquearlos a la vez que dice en voz alta:

-. ¡Qué deliciosa estaba esta pantera que me acabo de comer!

Al escuchar semejante declaración, la pantera se para en seco pensando con alivio:

-. ¡Ese perro salvaje del demonio!

Me libré por los pelos de que me devorase a mi también.

Un mono traidor que estaba subido a un árbol próximo, y que presenció la escena desde su neutral posición, sale disparado a contarle a la pantera el engaño del que fue víctima.

-. Súbete a mi lomo y vayamos a por ese astuto perro. ¡Se va a enterar!

El foxterrier observa que la pantera vuelve a la carga llevando esta vez un mono en su espinazo. El perrito se ve obligado a pensar, una vez más, y a toda prisa, en una solución. En lugar de salir corriendo, se gira dándoles la espalda. Cuando la pantera está a punto de atacar dice en voz alta:

-. ¡Maldito mono!

¡Hace media hora que lo mandé a traerme otra pantera y todavía no ha vuelto!”

Así comienza el capítulo dos del texto que el profesor Javier Corbalán (Creatividad. Desafiando la incertidumbre) escribió para la Biblioteca de Psicología publicada por PRISA_NOTICIAS COLECCIONES.

La obra se abre con una breve historia sobre el concepto de creatividad, continua discutiendo sobre si es una aptitud o una actitud, repasa seguidamente los componentes de ese factor psicológico (con especial protagonismo del pensamiento divergente, aunque también contribuyen la flexibilidad, la fluidez, la originalidad y la elaboración), expresa a renglón seguido algunos hechos sobre cómo se evalúa desde la psicología científica, y, al final, ‘se viene arriba’ (luego diré por qué) al relacionarla con la educación o la salud.

Sostiene este profesor de Psicología diferencial de la Universidad de Murcia, que la creatividad “es la clave de la conducta inteligente”, subrayando que esa creatividad “no es igual a una yuxtaposición, ni a una suma de la potencialidad de diversas dimensiones, sino más bien una integración de estas según ciertas condiciones e interrelaciones.”

Imagino que, por necesidades del guión, Javier se ve en la tesitura de colocar a la protagonista de su texto en la cima de lo que nos hace humanos. Tengo que expresar mi discrepancia, no obstante, para lo que me basta recurrir a un célebre psicólogo de referencia para nuestro autor: Joy Paul Guilford. Para este eminente científico estadounidense, a quien le cabe el honor de haber protagonizado el pistoletazo de salida a un estudio verdaderamente riguroso de la creatividad mediado el siglo pasado, la producción divergente es un componente del intelecto. Por tanto, la creatividad no puede ser más que un protagonista invitado, no la estrella. Reconoce nuestro autor que es prácticamente imposible ser creativo si se carece de un necesario nivel de inteligencia, aunque es reacio a resaltar que las ultimas investigaciones rechazan la famosa perspectiva del umbral, según la cual, más allá de un determinado nivel, el intelecto sería irrelevante. Es falso.

En una declaración de Einstein que Corbalán rescata, y que usé para el título de este post, se resume lo que Guilford sostendría sin apenas dudar:

“La creatividad es la inteligencia divirtiéndose.”

Estoy muy de acuerdo con esa visión porque, de hecho, como señala nuestro profesor, “los creadores trabajan en muchos problemas al mismo tiempo” lo que sería congruente con la relación casi perfecta que se ha documentado entre la capacidad de razonar, la memoria operativa y la resolución de problemas de ‘insight’ (¡eureka!). Una discusión sobre el excelente informe científico de Adam Chuderski hubiera dado bastante juego aquí.

Al relatar la base neurológica de la creatividad, comprobé, con sustantivo dolor cognitivo, que el autor deja a un lado nuestro exhaustivo estudio con lesionados cerebrales sobre uno de los supuestos componentes relevantes de la creatividad: la flexibilidad cognitiva. Observamos allí un protagonismo del lóbulo temporal al controlar el impacto de una serie de factores cognitivos y no cognitivos. Es comprensible que resalte, por ejemplo, el proyecto Big-C de la UCLA, pero nuestra investigación permite coquetear con la causalidad, lo que suele resultar bastante interesante para la ciencia.

Al referirse al carácter general o específico de la creatividad, también eché de menos que Corbalán recurriese a las interesantes investigaciones hechas en los USA. Los individuos de extraordinario intelecto pueden invertir su potencial en diversos campos, pero, lógicamente, concentran sus esfuerzos en un determinado ámbito para perseguir, con tesón, la consecución de ciertos logros y, en el mejor de los casos, dejarnos algún legado a los humanos: “por muchas horas que inviertas con una guitarra, sin talento jamás llegarás a ser Jimi Hendrix.” Es algo que, quizá, no queremos escuchar (ni declarar) pero la realidad es tozuda y le trae sin cuidado nuestra opinión.

También me sorprendió que ignorase nuestro autor la extensa y fructífera investigación sobre los logros humanos publicada hace años por Charles Murray, y que tuvimos oportunidad de comentar en este foro. A mi juicio, las conclusiones de ese estudio hubieran sido una excelente contribución para ayudar a responder a la enigmática pregunta sobre qué hay detrás de los productos creativos con verdadero impacto en nuestra cultura.

Hacia el final del texto, Corbalán enumera algunas técnicas diseñadas para fomentar la creatividad, aunque es cauto sobre su impacto: “el problema no es que la creatividad sea difícil de enseñar, sino que es imposible de aprender.” No es una declaración suya, sino de Colin Martindale, por lo que a este lector le queda la (pequeña) duda de si la suscribiría plenamente.

Y llegó ahora el momento de comentar en qué sentido nuestro profesor se viene arriba al ir cerrando su libro, como anuncié al comienzo de este post. Sostiene, con auténtico entusiasmo, que la creatividad es la responsable de convertirnos en humanos:

“Es la piedra clave del arco de la humanidad (…) el mecanismo que ha ido generando la inteligencia de las cosas y del mundo.”

En contraste con esa perspectiva, y por aquello de polemizar constructivamente, este lector se atreve a ofrecer una hipótesis ‘Kill Bill’:

La creatividad, al igual que, por ejemplo, el desempeño escolar, es una variable dependiente en lugar de una aptitud o una actitud. Es necesario disponer de una determinada configuración de rasgos cognitivos y no-cognitivos, así como de una considerable dosis de suerte, para incrementar la probabilidad de ofrecerle a nuestra sociedad productos creativos.

Además, albergo serias dudas sobre la posibilidad de estimular el proceso creativo. Sucede o no sucede, de modo casi milagroso. El ejemplo de la Olimpiada de Creatividad que Javier relata en el capítulo sobre la evaluación de la creatividad, sería congruente con esta visión: la proclividad a la creatividad puede identificarse, pero difícilmente se puede estimular desde fuera. La genuina creatividad, es decir, la emergente (página 96) “es la que tiene un grupo muy pequeño de personas cuya influencia en la historia es muy importante (…) las personas creativas, sin más, son aquellos individuos que han cambiado la cultura en algún aspecto importante.”

El resto son juegos malabares sin más relevancia que el entretenimiento, meta que, naturalmente, es interesante per se.

En suma, háganse con un ejemplar de esta desafiante obra. No se arrepentirán. Se dicen muchas tonterías por ahí sobre la creatividad, de modo que conviene disponer de algún antídoto gestado a partir del rigor al que se ven sometidos los científicos. Al menos algunos de ellos, como es el caso del profesor que firma este texto, pasional, pero con cerebro.

3 comentarios sobre “La creatividad es la inteligencia divirtiéndose

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