Y así siendo, ¿por qué se usa en la práctica, sin reparo, de hecho con entusiasmo, especialmente en educación?
Ahí conduce un artículo reciente que merece la pena conocer:
Quién ignora que Howard Gardner propuso, hace ahora casi tres décadas, la existencia, así, sin empacho, de 7 inteligencias independientes: lingüística, lógico-matemática, musical, espacial, corporal, interpersonal e intrapersonal. Algo después añadió la inteligencia naturalista.
Como escribió Art Jensen en 1998:
“¿Por qué no considerar una inteligencia sexual (Casanova) o una inteligencia criminal (Al Capone)?
El carácter absolutamente cualitativo de la concepción de Gardner sobre sus ‘inteligencias’ impide evaluar su relevancia práctica.”
Cualquier práctica basada en su perspectiva no se construirá sobre ninguna evidencia. O eso parece.
Gardner recurrió a celebridades de la historia para ejemplificar cada una de sus ‘inteligencias’. Y aquí Jensen también nos ilumina:
“Cuando le pregunté personalmente a Gardner cuál estimaba que era el CI mínimo de su listado de celebridades me respondió que 120.”
Ergo, el 90% de la población quedaría excluido de su marco de referencia conceptual.
Pero volvamos al artículo que pretendo comentar hoy, que no se dirige a discutir si la concepción de Gardner es verosímil, sino a averiguar su impacto en la escuela. Señalan los autores, capitaneados por Marta Ferrero, que el profesor de Harvard ha confesado haberse servido descaradamente del término ‘inteligencia’, en lugar del más adecuado de ‘talento’, para capturar la atención de la audiencia.
¿Quién no desea que sus retoños sean más inteligentes?
Los dos meta-análisis que se han publicado previamente sobre el supuesto impacto positivo de los programas educativos basados en las IM, son de malos a pésimos. De ahí la necesidad de mejorar el modo de organizar el cotarro usando las recomendaciones de PRISMA y de la APA.
Una primera búsqueda identificó más de 3.500 artículos. Al aplicar criterios mínimos de calidad, la lista se redujo a 270. Al hilar aún más fino, se llegó a 39 estudios con los criterios necesarios para practicar el meta-análisis. Por tanto, la inmensa mayoría de lo publicado es, en el mejor de los casos, ruido. Y en el peor, prefiero omitir el término adecuado.
Al escrutar esos casi cuarenta estudios se aprecia, de entrada, que son muy heterogéneos según la muestra considerada, su tamaño (entre 14 y 410), el nivel educativo (pre-escolar a universidad), la duración de las intervenciones (desde dos a diez semanas), y la variable dependiente (logro en lectura, matemáticas y ciencias).
Además, las deficiencias son visibles. Por ejemplo, la validez de la medida dependiente jamás se concreta. O solamente en un caso se usa un grupo de control activo. Por si eso fuese poco, el programa de intervención que en concreto se aplica tampoco se expone con el necesario detalle.
Al arremangarse para ponerse a currar con los números, puede trabajarse con 26 medidas de cambio y con 28 diferencias promedio, para llegar a tamaños del efecto enormes (1.68 y 1.25). Los análisis sobre sesgos confirman su presencia, y, por tanto, esos resultados distan de ser confiables.

Escriben los autores:
“No hay modo de saber en qué consistieron las intervenciones y cómo se midió la variable dependiente. Cuando se informa de cuestiones metodológicamente relevantes, la mayoría de los estudios no superan los criterios de calidad exigidos.”
Además, los valores del tamaño del efecto calculados aquí no son científicamente creíbles:
“Los estudios publicados no pueden considerarse como evidencia del impacto de las intervenciones basadas en la concepción de las IM.”
Eso por no hablar de que la propia concepción de Gardner sobre la inteligencia se aleja de la evidencia acumulada por la ciencia hasta ahora.
Me veo en la obligación de comentar una declaración de los autores de este meta-análisis que me llamó la atención, y, en concreto, que despertó mis alarmas. Según la evidencia que ellos manejan, las características de quienes aprenden son irrelevantes y lo que verdaderamente importa es lo que se debe aprender. Es una perspectiva que se me escapa porque la evidencia que conozco, y que se viene acumulando al menos desde mediado el siglo pasado, es incompatible con esa declaración. Por supuesto que quien aprende es un elemento relevante de la ecuación.
Finalmente, sería injusto por mi parte dejar de señalar algo que los autores comentan al preguntarse por el éxito en la escuela de la concepción de las IM. De acuerdo, es imposible actualmente someterla a valoración según los criterios de calidad exigidos por la ciencia. Y, por tanto, su puesta en práctica no puede considerarse avalada por la evidencia porque no existe.
Pero…
“Las escuelas se han centrado exclusivamente en las habilidades académicas, como la lectura y las matemáticas, dejando a un lado otras habilidades, como la música o la expresión corporal, lo que ha promovido que muchos niños fracasen al identificar sus intereses y potencialidades (…) es comprensible que los profesores se hayan lanzado en brazos de la concepción de las IM.”
En otras palabras: la escuela, según los autores, debería contribuir a identificar los talentos de los escolares más allá de su capacidad general para aprender. Eso es lo que propone abiertamente la concepción de Gardner, pero es un caramelo envenenado. Al igual que sucede con sus celebridades, solamente los escolares de alta capacidad general destacarán probablemente en algo.
Aunque por ahora una visión realista de lo que cabe esperar de la educación está abocada al fracaso, como se comentó aquí, los hechos son tozudos.
Al tiempo.
En alguna ocasión he dicho que la aportación de Gardner no iba más allá de la poesía pedagógica. Es decir, nada respalda que existan esas inteligencias, pero la poesía despertó la conciencia de una parte significativa del profesorado. Su contribución mejor: ayudó a que muchas personas se distanciaran de una concepción algo estrecha del proceso educativo, según la cual el troquelado de las conciencias debía realizarse con un troquel único para todos los alumnos. Es decir, la educación como lecho de Procusto: todo el mundo tiene que entrar y si no entra del todo le cortamos lo que sobra. El problema es que, una vez llamada la atención sobre ese problema, el instrumento propuesto, las inteligencias múltiples, ayudaba muy poco, si no perjudicaba. Vamos, que podía ser incluso peor el remedio que la enfermedad.
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Y hablando de troquelar conciencias: https://robertocolom.wordpress.com/2012/02/21/modelar-la-conciencia-de-los-escolares/
También conviene recordar que el infierno está lleno de personas con buenas intenciones.
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