Hace un par de años comentamos en este foro la perspectiva de David Geary sobre la relevancia de las mitocondrias para comprender el factor general de inteligencia (g). David se basaba, en parte, en la antigua idea de Charles Spearman sobre la conexión de g con la energía mental de la que disponen los distintos individuos.
También coqueteó el gran David Lykken con eso de la relevancia de la energía mental en un artículo editorial de la revista ‘Intelligence’:
“Espero que algún lector de este comentario editorial diseñe una medida fiable y válida de energía mental, seguidamente obtenga puntuaciones en una muestra representativa de estudiantes o trabajadores, de quienes también se disponga de una medida de CI, y, finalmente, demuestre que el producto e x g (e = energía y g = inteligencia general) predice el desempeño académico y ocupacional mucho mejor que el CI por sí mismo.”
Comentaremos en este post la crítica que Lou Matzel y sus colegas le hacen a Geary en el artículo ‘Déjà vu all over again: A unitary biological mechanism for intelligence is (probably) untenable’.
Sostiene el equipo de Lou que la propuesta de Geary es poco verosímil, además de casar mal, según ellos, con lo que se sabe sobre las propiedades psicológicas y genéticas de la inteligencia de los humanos.
Pero antes de usar la artillería que acumularon en su cuartel central, resumen lo que propuso el autor al que bombardearán (después de reconocer que aplauden su esfuerzo, bla, bla, bla: “la hipótesis de Geary debería servir de modelo sobre cómo generar nuevas teorías sobre la inteligencia. Su teoría establece predicciones concretas y contrastables, además de explorar ideas fuera de lo usual.”).
1.- Las diferencias individuales de inteligencia resultan de la eficacia de una jerarquía de múltiples sistemas cognitivos y cerebrales. La eficacia de cada nivel depende de la eficacia del nivel que se encuentran por debajo. La energía celular corresponde al más bajo de esos niveles, y, por tanto, condiciona en último término a los demás.
2.- Esas limitaciones energéticas no solamente impactan en las diferencias de inteligencia, sino también en las variables sanitarias asociadas a g: declive cognitivo, salud física general y resistencia a la enfermedad.

En relación a la verosimilitud general de la propuesta de Geary, el equipo de Lou recuerda que ellos ya intentaron algo así y fracasaron miserablemente. Se centraron en la fiabilidad de la transmisión sináptica asociada a los niveles de la proteína SV2, pero su investigación con animales naufragó.
Argumentan que es poco probable que la producción de energía imponga restricciones serias para la mayoría de los humanos. Aunque el cerebro consume un 20% de la energía disponible en el organismo, esa cifra es menor que la que necesitan el corazón o los riñones (por ejemplo). Eso por no hablar de lo que sucede al realizar exigentes actividades deportivas (la carrera es una actividad especialmente reveladora en el caso de los humanos).
Se dirigen a la yugular de la perspectiva de Geary al recurrir al argumento de que g, en realidad, puede ser simplemente un índice estadístico que en absoluto debe considerarse como causa de las diferencias de inteligencia que los psicólogos evaluamos regularmente mediante instrumentos de medida estandarizados. Algunas de las visiones alternativas se han discutido en este foro: el mutualismo, la ‘process overlap theory’ o la perspectiva de redes son ejemplos paradigmáticos.
Seguidamente consideran la verosimilitud de las predicciones concretas del modelo de Geary. Ahí van algunos ejemplos:
1.- Las variaciones en el funcionamiento de las mitocondrias deberían relacionarse en mayor grado con variables de bajo nivel como el tiempo de reacción (TR) que en procesos de alto nivel como la memoria operativa (working memory).
La evidencia es incongruente con esa predicción. Por ejemplo, las medidas de tiempo de decisión (de alto nivel) se relacionan más intensamente con la inteligencia que las medidas de tiempo de respuesta (de bajo nivel) al considerar las mismas medidas elementales de TR.
2.- Las personas más inteligentes suelen ser más longevas, se ven menos afectadas por la diabetes, tienen menos probabilidad de desarrollar un cáncer, e incluso se ven involucradas en menos accidentes de tráfico.
Estos fenómenos pueden entenderse sin recurrir a ninguna clase de moneda celular. Los individuos más inteligentes suelen razonar de modo más eficiente, acumulan más conocimientos, y son capaces de usarlos para tomar decisiones que influyen en su salud y en su seguridad. Sin embargo, no son mejores corredores (runners).
3.- La inteligencia de cada uno de nosotros se relaciona tanto con la de nuestro padre como con la de nuestra madre. Sin embargo, el ADN mitocondrial se hereda exclusivamente de la madre. Por alguna razón no demasiado clara, ambos hechos contradicen la perspectiva de Geary.
4.- La discrepancia entre la sustancial heredabilidad de la inteligencia observada en los clásicos estudios de la genética conductual (que alcanzan valores del 80%) y los cálculos derivados de los estudios moleculares (los estudios GWAs raramente alcanzan el 10%) puede entenderse por la conexión (interplay) genes-ambiente, pero también por el impacto del ADN mitocondrial ignorado por los estudios GWAs.
Algunas investigaciones son consistentes con la relevancia de ese ADN mitocondrial para entender determinados trastornos, pero su posible relevancia para el caso de la inteligencia aún se ignora. Lou y sus colegas admiten que aquí la perspectiva de David puede ser relativamente prometedora.
5.- En cuanto a la evidencia clínica, hay algún estudio que revela que niños con problemas en sus mitocondrias no expresan ningún problema intelectual.

En suma, las teorías claras en sus condiciones y predicciones facilitan las críticas. El hecho es fenomenal porque es así como suele avanzarse. Las vaguedades funcionan mal para ayudarnos a dar pasos en dirección a la meta.
Por mi parte, me limitaré a dos comentarios para cerrar este post.
Primero, eso de que g no es causal puede discutirse seriamente.
John Protzko publicó un interesantísimo artículo en el que intentaba explicar por qué no funcionaban como se esperaba los programas de estimulación cognitiva, basados en el entrenamiento de la memoria operativa, para mejorar la inteligencia.
En colaboración con John preparé un informe (que actualmente se encuentra en proceso de revisión) para entender por qué las lesiones cerebrales crónicas y locales no influían en la inteligencia general (g) siguiendo la misma lógica que en el caso de la ausencia de efectos positivos de los programas de mejora.
En ambos casos, el supuesto conceptual de que g es un agente causal ayudaba a entender la evidencia empírica sobre la ausencia de efectos positivos y negativos.
Segundo, considero especialmente interesante mirar cuidadosamente al balance que resulta de la integración entre el ADN nuclear y mitocondrial. Un mayor o menor grado de integración entre ambos podría ser crucial para entender las diferencias en determinados fenotipos de interés, la inteligencia entre ellos. El equipo de Lou deja a un lado esta lógica posibilidad, centrándose solamente en la energía mitocondrial. Es comprensible, pero la energía puede considerarse una variable dependiente o independiente. Y la diferencia puede no ser solamente un detalle.
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