Cuando estaba ultimando los detalles del manual que salió al mercado hace escasos 3 meses, depuré un cuadro en el que integraba algunas de las cosas más relevantes descritas alrededor de la inteligencia y de la personalidad humanas
(Cuadro 16.8. El individuo humano es un mosaico 3D).
Esa integración se basaba en la energía de la que disponemos los organismos humanos, así como en la coordinación del ADN nuclear y mitocondrial. Dije expresamente que se trataba de un pequeño juego de ciencia ficción.
No desvelaré ahora la esencia de ese juego.
Pero si confesaré la grata sorpresa que me ha supuesto encontrarme con el artículo conceptual de David Geary, Profesor del Departamento de Neurociencia Interdisciplinar en la Universidad de Missouri.
La esencia de su mensaje es que la eficiencia del funcionamiento de las mitocondrias es un componente esencial del factor general de inteligencia (g). Constituiría el mecanismo biológico fundamental que subyace a todos los procesos cognitivos y cerebrales. Además, contribuiría a dar cuenta de las relaciones que se han establecido entre la inteligencia, la salud y el envejecimiento.
El daño celular que resulta del estrés oxidativo puede convertirse en una causa esencial de las diferencias de inteligencia. Sin embargo, la evidencia, aunque extraordinariamente sugerente, dista de ser todavía sólida.
La siguiente figura y la tabla correspondiente resumen la perspectiva de Geary. Los numerosos detalles pueden encontrarse en el artículo original, pero lo que ahí puede verse ofrece relevantes pistas sobre por dónde van los tiros.
La eficiencia en el proceso de respiración celular puede ser el mecanismo esencial que integra la red nomológica compuesta por el factor general de inteligencia (g), la salud y el efecto del envejecimiento.
La idea es que existen sustanciales diferencias individuales en la energía celular disponible.
La sustancia gris y blanca del cerebro humano consume diariamente 5,7 kilogramos de ATP (en promedio), es decir, bastante más de lo que pesa ese cerebro (1,4 kilogramos en promedio).
Se requiere energía para mantener los gradientes de iones necesarios para disparar los potenciales de acción (que, de hecho, es lo único que hace la neocorteza).
Cada neurona consume cada segundo, y en estado de reposo, 4,7 miles de millones de ATPs.
Esas cifras dejan sin aliento y permiten sospechar que cuando el sistema presenta un funcionamiento comprometido, los elementos de la red nomológica señalada antes se resentirán.
El ejercicio físico puede reducir el impacto al mejorar el funcionamiento mitocondrial, de ahí que sea una sistemática recomendación para preservar el sistema en un estado razonablemente saludable.
Probablemente, las partes más interesantes del excitante artículo de Geary se encuentran en la evidencia que rechazaría su principal hipótesis (véase la última columna de la tabla anterior).
Por ejemplo, si el nivel socioeconómico –u otra variable ambiental—explicase la relación del nivel intelectual con la salud, entonces la hipótesis mitocondrial sería insostenible. Pero el autor se apresura a decir que no parece ser ese el caso.
Por otro lado, es probable que las mutaciones mitocondriales contribuyan al declive general en producción de energía cerebral que se asocia al envejecimiento.
El hecho de que la inteligencia también decline con la edad puede ser consistente con la hipótesis mitocondrial (que sería el factor común, como habrán imaginado).
Si se pudiera valorar el declive en producción de energía con la edad –y la hipótesis es correcta—entonces la ‘edad cronológica’ sería peor predictor del funcionamiento cognitivo comprometido que la ‘edad energética’.
Hace algún tiempo expusimos y discutimos en este mismo foro el estimulante ensayo de Nick Lane, autor al que recurre Geary al señalar direcciones futuras para contrastar su hipótesis y sus potenciales aplicaciones.
Averiguar qué produce la descoordinación (mis-match) del ADN mitocondrial y del ADN nuclear, así cómo influye eso en el funcionamiento mitocondrial, puede ser crucial para comprender determinados fenómenos psicobiológicos.
También sería esencial averiguar cuáles son los factores del entorno que, en concreto, pueden influir en el funcionamiento mitocondrial, positiva y negativamente.
¿Es necesario que subraye que la hipótesis me resulta verdaderamente atractiva?